viernes, 28 de septiembre de 2012

Mi querida señorita (Jaime de Armiñán, 1971)

Me ha costado mucho convencerme de que Jaime de Armiñán no es un director abiertamente gay. Su filmografía, llena de dramas, digamos, tranquilos, está poblada por personajes homosexuales, transexuales o directamente outsiders, y cuando son personajes digamos normales, hay algo inquietante en su relación. Pero es que además es uno de los directores cuyas imágenes me han marcado más de pequeño, cuando pude ver las películas por despiste de mis padres, sin entender del todo lo que contaban. Lo que, sin duda alguna, ha acabado siendo, es el director más militante, el que más ha hecho por la normalización de la sexualidad de todo el cine español. Sí, tal cual lo digo. Y para muestra, esta película.
 
"Mi querida señorita" se enfrentaba con los prejuicios de todos: una película donde José Luis López Vázquez hiciera de travesti tenía todo el aspecto de ser una españolada frívola con todas las de la ley... cosa de la que tiene gran culpa el propio López Vázquez, que en el mismo año te hacía una con Armiñán, otra con Regueiro, otra con Olea y luego "A mí las mujeres ni fu ni fa". Y obviamente no eran las de Olea y Regueiro las más taquilleras o conocidas, ni las que mejor han sobrevivido al paso de los años. Y he aquí la pregunta ¿por qué "Lo verde empieza en los Pirineos" está mucho más reivindicada que todas estas películas de las que va a constar el cine progre? ¿Qué ha hecho que reivindiquemos unicamente desarrollista del cine español y que olvidemos la del cine más experimental y atrevido? ¿Por qué no había visto "Mi querida señorita" hasta hace unos días?



Yo no la había visto por prejuicios. Primero por el prejuicio de la españolada - uno se esperaba algo así como "Atraco a las tres" pero con travestis, una visión muy machista, divertida pero homófoba, de la comedia de enredo -, luego por el prejuicio del mismo cine gay, que siempre da un castigo ejemplar al protagonista para que nos apiademos de él (ejemplo más reciente: Brokeback Mountain). Pero no, leñe, no, maravillosamente no. Armiñán cuenta una historia de amor retorcidísima, algo así como el estribillo de "Girls & Boys" de Blur pero en castizo, en provincias españolas, con un hombre que se cree una mujer (Adela) que está enamorado de una mujer que es su sirvienta (Isabelita) y que tiene a un hombre enamorado de el/ella (Santiago) mientras es mujer, pero se cambia de sexo (Juan) para que la otra mujer se enamore de él. Todo contado con absoluta naturalidad, ligereza, como si fuera un drama cualquiera de una persona de provincias intentando adaptarse a la capital.

Esto es lo sorprendente de la película, y lo que la convierte, a mis ojos, en una cosa muchísimo más punk y reivindicativa que la gran mayoría del cine Queer. Drama normalizado, absolutamente normalizado. Adela se convierte en Juan, y Juan sólo sabe comportarse como una mujer, con lo que sufre el rechazo de casi todos... ¡pero no de todos!. De nuevo se retrata la mezquindad de los españoles, esa mezquindad gratuita que hace que dos cretinos en la casa de campo acosen a Juan e Isabelita simplemente porque están tomando magdalenas y empezando una relación romántica. El español que impide la felicidad de cualquier español, porque el español feliz es más que el resto de los españoles y eso no puede ser.

El reparto es magnífico, y todos realizan el trabajo con contención: Julieta Serrano (acabar liada en la ficción con un travesti/transexual supongo que es el camino de rosas para hacer cine con Almodóvar), Antonio Ferrandis, Mónica Randall guapísima, y bueno, con algo más de cachondeo, Lola Gaos y Chus Lampreave como las dueñas cotillas de una pensión infecta. Ya he nombrado a Almodóvar, y es que sí, es todo una predecesora de los dramas almodovarianos desde "Tacones Lejanos": personajes extremos, sufrimiento, provincianismo, pero en este caso, un trato muy ligero de todo. Nada se exagera. A Juan no le queda más remedio que coser vestidos, pero la cámara le trata con dignidad, con ilusión. Tiene momentos chungos, pero lo supera. Es infeliz, pero le quieren. Está a punto de hundirse, pero no le dejan. Es feo, pero hay dos personajes maravillosos enamorados de él.

 

¿Cómo pudo escapar esto a la censura franquista? Porque con tanta contención, con tanta naturalidad, con tal falta de estridencia, y con situaciones tan cotidianas - ir a una pensión, buscar trabajo, ir a la capital en busca de fortuna, sacar el dinero de un banco - no sospechaban la carga de profundidad de esta película. Obviamente fue todo un bombazo, lanzó la carrera independiente pero imprescindible de Jaime de Armiñán, dio a cada uno de sus actores uno de sus papeles más recordados, fue candidata a los Oscar, y dejó a medio mundo de Hollywood alucinado. Es lo mejor de una historia que es basicamente española, que critica lo español: un hombre que no se da cuenta de que es hombre por la educación castrante recibida, y la imposibilidad de hacer algo fuera de lo común sin ser atormentado, exiliado, amenazado (en una escena memorable Chus Lampreave grita "¡...y suerte ha tenido de que no llamásemos al 091!" simplemente porque cose vestidos); y que sin embargo, se siente universal. Esos amores que no se comprenden. Esas mujeres que son hombres a quienes les gustan los hombres que son mujeres. Que al final es simplemente alguien a quien realmente quieras. Chan chan. ¿Que "Girls and Boys" de Blur parecía aperturista para los 90? Pues imaginad lo que fue esto. Y vedla.

martes, 25 de septiembre de 2012

La Caza (Carlos Saura, 1965)


Para empezar con Carlos Saura ésta es la película indicada. Su primer éxito masivo, su primera colaboración con Querejeta (otro señor crucial en el cine progre... dejémonos de cinismos: en el cine español), y su primer ataque sin compasión de simbolismos, soliloquios, voces en off y cinematografía de quitar el hipo. La historia está requetesabida: tres amigos y el sobrino de uno de ellos se van a cazar conejos en un coto en mitad de la nada donde ellos tres guerrearon hace tiempo, en un día caluroso y con un sol implacable, y a medida que pasa el día las tensiones entre ellos se elevan hasta un predecible final.

Leer sobre "La Caza" se convierte en una clase de primero de simbolismo. Las dos Españas, los bandos irreconciliables, la violencia intrínseca al carácter español, la sequedad de Castilla (dicen que es en Pirineos, pero todo huele a castellano) que es la sequedad de los diálogos. El odio, la enfermedad. Sí, Carlos Saura, como parece ser su costumbre al comienzo de su filmografía, bombardea a base de imágenes metafóricas, muchas de ellas obvias, con una intención que quizás sea de que el espectador medio se sienta orgulloso al ser capaz de descifrar los mensajes. Pero no hace falta tener el simbolómetro en pleno funcionamiento para disfrutarla; de hecho, algo en lo que voy a insistir en varias entradas, es mejor verla con la contextualización mínima: cine de los 60 que retrata la gente y sociedad de entonces. Los símbolos son totalmente accesorios. Lo primordial es lo que cuenta: tres amigos, y cómo un día de vacaciones se convierte en un infierno. Como un slasher sin psicópata asesino, como un dramón teatral en escenarios abiertos, como una película de desmadres pero con personajes puramente castellanos.


Dentro de esa historia que enseña las cartas del pathos desde los primeros minutos, personajes que se odian, calor abrasador, alcohol, animalitos cruelmente tratados y música marcial, hay una serie de elementos que sí me llaman la atención. El primero es el tema recurrente, permanente, de que cualquier acontecimiento social o festivo durante los sesenta era un sufrimiento: entre las fiestas mod de "Días de viejo color", la discoteca de "Playtime", el guateque de "El guateque" y el día de caza de ésta uno se pregunta si todas las convenciones sociales eran igual de infernales. ¿Desde cuando algo tan austeniano como son las reuniones en casas, los bailes y las excursiones se convirtieron en algo que se hacía a la fuerza, con asco, con odio? Por supuesto en "La Caza" exageran profundamente este elemento: casi se expone, desde el comienzo, que los personajes van a cazarse unos a otros y no a cazar conejos. Casi se expone la historia como una cuenta atrás antes de que se empiecen a pegar tiros unos contra otros. ¿Drama a lo Peckinpah? Pues quizás, porque hay otra cosa que me intriga mucho: el tono, el género. Narrativamente es un drama, casi un teatro existencialista, pero el escenario convierte todo en un western, o más aún: un personaje es aficionado a la ciencia ficción, y el paralelismo entre un escenario postapocalíptico lleno de zombis o extraterrestres que acosan por las colinas y lo que sufren a gotas de sudor estos personajes es demasiado obvio como para pasarlo por alto.


Lo que es una maravilla es la progresión trágica, lo que convierte en inevitables los hechos, lo que hace que los cuatro del principio sean los mismos que los cuatro del final, pero estos últimos afectados por la insolación, el alcohol y su mezquindad (tema este tan común que estoy por añadir un tag para cada película que lo trate), la similitud entre la violencia contra los animales - hurones encerrados con cascabeles, conejos enfermos y tiroteados, perros tratados con autoridad seca, insectos pisoteados - y la que se ejercen entre sí, primero con palabras, luego cada vez de forma más abierta. Ese desprecio hacia el campo, hacia la comida, hacia los demás, hacia ellos mismos. Ese asco puro, junto con el calor, y esa sensación de que el tomillo los va a enloquecer a todos.

  
 Algo separa a "La Caza" del resto de películas o escenarios similares - y de paso lo emparenta con el gótico americano, sobre todo el que retrata Stephen King, perdón por el atrevimiento -, que es lo mucho que implica al espectador, contando los pensamientos en off y sacando todo el partido a la luz, a los entornos y a unos actores estupendos - dominados por Alfredo Mayo -, haciéndole partícipe de la violencia y del calor, haciendo que empatice con ese dolor de cabeza, el estómago revuelto de la mala siesta, la resaca.  Es sin duda una película estupenda, por ahora la mejor que he visto de Carlos Saura, y claramente una de las que abrió ciertos temas en la cinematografía española. Por cierto, leo que Peckinpah confesó que fue una película que le impactó muchísimo para todo su cine posterior, y confirmo que esa influencia se nota. Y para terminar y por añadir el toque frívolo, atención con Emilio Gutierrez Caba de joven y esos minishorts tan cortos que ni las asistentes a un FIB se atreverían a llevar.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Me enveneno de azules (Francisco Regueiro, 1969)

 

Paco Regueiro, como parece que le llaman los críticos que ya están familiarizados con su obra, es la definición de cineasta maldito. Un conjunto de películas que abarcan desde los 60 hasta "Madregilda" de 1993, con todos los adjetivos típicos con los que se suelen criticar condescendientemente a los directores con un poco de independencia: inclasificable, insobornable, impenitente, etcétera. Por lo visto en "Me enveneno de azules", si se le puede aplicar un adjetivo es el de imprevisible.

En principio parece una película hecha para el lucimiento de Junior, quien debió resfriarse durante el rodaje (no sé si tiene más metraje con o sin el pecho descubierto), en un melodrama familiar de chico rebelde incomprendido. Pero es mucho más oscura que eso: un melodrama lento, a veces indescifrable, sobre una familia de un padre y dos hermanos que parecen adictos a destruirse los unos a los otros: Miguel, que viene de París por razones oscuras, su hermano que es un cineasta, su padre que no se deja ver, y Marta, antigua novia de Miguel quien le engañó para irse con su padre y ejercer de actriz para su hermano. Es un argumento sórdido pero muy sencillo, que Regueiro estira ejerciendo una narración visual bastante interesante. Y algo incoherente.


Ya desde los títulos de crédito todo indica que esto es una Película Seria: una tipografía caligrafiada,  y una 7ª Sinfonía de Beethoven cuyo primer movimiento se repite una y otra y otra vez y otra más en los momentos de drama y soledad del pobre Junior, en un blanco sobre negro. Pero en esos primeros minutos ya se ve lo mejor de Regueiro: un uso del scope magnífico, que retrata un Madrid en el que sólo parecen andar los personajes principales por las calles, por las casas, por los supermercados. A Regueiro le emparentaban bastante con la Nouvelle Vague por entonces, y algo hay en esa cámara que está al hombro, dando vueltas alrededor de los actores, persiguiéndolos, y sin descuidar unas escenas perfectamente encuadradas, fotografiadas, iluminadas. Comparándola con la entrada anterior, la de la película pop de Pedro Olea, ésta casi parece una pesadilla con personajes parecidos y colores igual de chillones, sin canciones de Los Relámpagos, sino con Beethoven machacando marcialmente. Los posibles parecidos se acaban ahí: en ésta la narración se vuelve en algo totalmente meta en cuanto se centra en la figura del hermano, quien rueda una película basada en aspectos de la vida del protagonista, casi unicamente por el placer de hacerle daño.


La figura del padre malvado, que sólo aparece una vez para marcar territorio frente al hijo, esas relaciones familiares tan malsanas, esa mujer malvada que tiene enamorados a los tres familiares... todo promete una tragedia shakesperiana que no sorprende mucho cuando estalla. Dato necesario: la mujer fatal es Charo López, jovencísima, guapísima, que domina la cara de fragilidad y desprecio, y que casi se convierte en el aliciente para ver este drama descompensado. Y aún no he comentado por qué es descompensado: porque dura poco más de 80 minutos, y muchos de ellos se gastan en rodar la cara de Junior mientras suena la música clásica ominosa, intentando captar todas las facetas de una angustia adolescente que acaba cansando. Que en este caso está justificada: esta especie de Hamlet humillado por su ex novia, su hermano, y maltratado por su padre quien, cuando al fin se digna en aparecer, es para pegar al hijo. Pero que no da para tanto narrativamente.


Son las escenas individuales las que impresionan, así como eso tan de Antonioni de recalcar la importancia de la arquitectura moderna en la deshumanización de los personajes, que a ratos me hacía pensar que con cambiar un par de detalles podría haber sido un relato postapocalíptico.  Pero quizás sea dar demasiadas vueltas a una historia bastante fallida, a ratos aburrida, y que, francamente, no tengo ni la menor idea de a qué público iba dirigida. Viendo los avatares de Francisco Regueiro, es probable que quisiera contar algo y tuviera interferencias de la productora quienes destrozaron su historia original para hacerla incoherente, pero el resultado es el que es: una película muy bonita de ver, muy tremenda en lo que cuenta, e incoherente.

Aún así me fascina. Será la cámara en mano, serán los escenarios vacíos, será el uso de los reflejos sobre metales o esos claustrofóbicos pasillos que no para de rodar, pero me fascina mucho. Razón suficiente para seguir investigando sobre Paco Regueiro en los años setenta.

(Todas las imágenes sacadas de un blog que lleva mucho tiempo haciendo lo que éste, No Hija No )

viernes, 21 de septiembre de 2012

Días de Viejo Color (Pedro Olea, 1967)


Lo sé. Esto iba de hablar de cine intelectual y ya me he salido de los límites de los temas, entrando directamente en el cine pop de los sesenta (para los no iniciados ¡sí! ¡hubo bastante cine pop en este país! ¡y a veces hasta bueno!). Pero es que me intrigaba muchísimo esta película y veía necesario verla y comentarla: es la primera obra de Pedro Olea, el hombre pegado a uno de los mayores iconos gays que existen en el país, Concha Velasco, y visto hacia dónde iba su cine posterior - reconstrucción de época, estilo algo estático y en ocasiones muy teatral - me preguntaba cómo se juntaba su forma de hacer cine con, eso, lo pop.

Sorpresa: Pedro Olea empezó siendo el más poppy de todos.


La historia trata de tres amigos madrileños que se van de miniviaje de Semana Santa a Torremolinos, a tomar un poco el sol y a ver si ligan. Vamos, que no nada que no se haya visto en el cine desarrollista, del de perseguir a las suecas y de aprovechar la playa para ver a las chicas con poca ropa... pero por otro lado algo en el tratamiento sí lo convierte en una película algo insólita. Ya desde los primeros minutos la cosa es un auténtico Stendhal de iconos de los 60: el Citröen "dos caballos" (auténtico terror y pavor viendo los títulos de crédito y comprobando cómo se conducía entonces), la primera parada para el café en la gasolinera ("pues hemos hecho una buena media", "la morenita no está mal - ¡qué dices, si es hispánica!"), ese calor manchego al atravesar la nada, y en general esa relación de los tres amigos, que suena sincera. El guión, de Antonio Giménez-Rico, Luis Mamperto López-Tapia y Ángel Llorente, me recordaba mucho a un "Todo es mentira" pero algo más casto y hecho en los años 60, prestando atención a todos los detalles para que, sobre todo en la primera mitad, quede claro lo que es un viaje de juventud en esa época. Esa es, de lejos, la parte más conseguida: a medida que la veía me acordaba de otros viajes con amigos donde las dinámicas eran enormemente parecidas, donde la primera visión de la playa y el apartamento se llenaba de alivio, donde el primer café con leche en una terraza es un momento maravilloso de vacaciones.



Obviamente, no todo son historias universales. Los chicos van a la playa a ligar, con esa presión social tan enorme que tiene uno en la veintena, y además ahí iban a ligar para pensar en matrimonio, no para casarse. Andrés Resino (guapísimo) es el personaje principal, quien se enamora de una morenita española en varias escenas que son de libro para retratar Lo Hispánico: su contacto visual con ella (que encima ¡es segundo plato!) consiste en analizar cual Terminator las piernas hasta donde llega la minifalda mientras la pobre está sentada con su amiga, seguirla por toda la ciudad, y al final conquistarla cuando está en misa. Ojo, ojo, porque esto es un detalle bastante importante que en estos tiempos ateos no recordamos: antes se ligaba en Misa los domingos. Pero ligar ligar. De echar miraditas mientras se reza el Padre Nuestro o mientras se pasa el cepillo, y era la forma de demostrar que tanto el joven como la joven eran gente respetable. Oh, y cuando la consigue, es que no la suelta el tío, con un sentido posesivo agobiante. La verdad es que la trama romántica de los dos personajes, unos cursis de cuidado, es lo menos interesante y lo que más lastra la película.

Ay, pero lo demás es tan fabuloso y tan tierno... Primero un reparto donde no paran de haber sorpresas surrealistas. Sí, surrealistas, y aplico bien el término, porque ¿qué os parece un joven Aute con patillazas cantando en francés? ¿Y una de las hermanas Hurtado haciendo de joven pop a la que no hacen ni caso? Ya la cosa llega al paroxismo en dos escenas de fiestas: la primera, en un local que abre a partir de las 12 del Domingo de Resurrección  Ramos , donde se juntan gente drogada hasta las cejas - que lo dicen, que andan a tope de LSD y alguno se tiró al vacío en pleno mal viaje - mientras suena un hit de los Relámpagos a tope de Moog, baila una negra moderna con pelo corto, aparece un marica sin decirlo, unas copas de coñac del tamaño de una lámpara de mesa, y los protagonistas acaban hasta las narices de tanta modernidad. Pero es la segunda donde el cachondeo llega al máximo, haciendo pensar a uno que tanto los guionistas como Olea tenían bastante experiencia con la modernidad petarda: una fiesta psicodélica en casa de una rica extranjera donde una tipa vestida de flamenca (Massiel!) escucha un Carmen de Bizet ultrarrevolucionado, Manuel Viola pinta un cuadro, Juan Pardo anda por ahí, una tipa se dedica a arrojar objetos al suelo, y todo se convierte en un dolor de cabeza, de mala fiesta, de modernidad mal entendida, que a uno le hizo pensar "been there done that".



Del resto, muchas cosas que se pueden ver como pequeños detalles. Como lo guapos que son los tres protagonistas, sin casi pelo en el cuerpo y sin necesidad de la musculación de hoy en día que tanto agota, con esos minibañadores que me vuelven algo loco. Luego los vestidos, y la combinación de colores. Y lo terribles que son las canciones de Aute - al que a veces parece que Andrés Resino va a entrar a comerle todo en los momentos musicales - esa FABULOSA escena donde todos esperan, como estatuas, como zombis, a que sea el domingo ( gracias a este blog prometedor recuerdo que es porque en Semana Santa, por huevos, tenían que cerrar los locales), Luis García Berlanga haciendo de mafioso extranjero con jersey atado al cuello, los carritos-bicicleta compartidos, y, ¡relaciones prematrimoniales! ¡pecado! ¡vergüenza de sus padres! ¡qué asco!


Y terrazas con sillas de metal multicolor,  y ese Torremolinos que está tan lejos del Torremolinos de ahora, que parece una mezcla entre Benidorm y un infierno nocturno donde los homosexuales son enviados a morir en clubs infectos. Aunque lo que más me choca es el estilo de Pedro Olea: planos muy cortos, cámara que no para de moverse, y apenas primeros planos. Uno ve "Pim Pam Pum Fuego", "Tormento" o "El bosque del lobo", y ve otra forma muy diferente de rodar y montar: cada personaje, cuando habla, habla casi a la cámara, con su cara ocupando todo el formato, y se cambia de plano a otro personaje también hablando casi a la cámara en cuanto hay una réplica. Aquí no: la cámara se mueve de un lado a otro, hay planos medios, planos generales, picados, contrapicados, psicodelia a lo bestia y, bueno, un enamoramiento totalmente comprensible y lógico con Andrés Resino. Al final queda un pastiche algo raro: un poco de película juvenil que intenta captar las modas de entonces, un poco retrato verídico de una época y una edad, un poco película tremendamente conservadora con esas relaciones de amor que surgen en verano y que... ¡que esas cosas no existen! Es todo cal y arena respecto a la verosimilitud de los comportamientos ¿que los tíos desprecien a unas chicas por no ser suecas? ¡Verdad! ¿que se queden suspirando en la cama con los brazos cruzados mirando al infinito por enamorarse por la primera morena monjil con la que se cruzan? ¡Mentira! 

Supongo que la intención era la de llegar al máximo público posible, y de ahí ese tono algo esquizofrénico, que tan pronto te habla de amor como de ponerse hasta el culo de drogas y de alcohol mientras no duermes en dos días. La película está curiosa, sin duda, pero un poquito de decisión, digamos, ideológica no le hubiera venido mal.

jueves, 20 de septiembre de 2012

La Cabina (Antonio Mercero, 1972)

(Este cartel de "La Cabina" es en realidad el cartel de un festival de cortometrajes que diseñó con su talento habitual Mireia Pérez , que está fusilado en varios blogs como supuesto cartel del corto. En serio, con gente con este talento a uno le dan ganas de coger postura fetal y dejar el mundo en manos más capaces).


Antonio Mercero, por lo poco que he podido ver suyo, es un tipo con un talento visual impresionante y que cuando era bueno, era muy muy bueno, el mejor. Es una gozada coger cualquier vídeo donde habla él y escuchar su falta de modestia y a la vez orgullo por su abundante trabajo. Que es un tipo que hizo Turno de Oficio y Verano Azul, series que siguen aguantando bastante bien (aunque creo que más por lo bien que retratan la época donde fueron rodadas que por su calidad intrínseca). Que Verano Azul lo vieron en todos los balcanes y lo sienten como algo propio. Que hizo una película con un niño con alas ¡un niño con alas!. Y aquí se montó un mediometraje de terror con la colaboración de José Luis Garci (cuando le gustaba el fantástico) y el protagonismo absoluto de López Vázquez.


El argumento es mínimo y conocido: un día cualquiera se instala una nueva cabina de teléfonos en una plaza, y un hombre, después de acompañar a su hijo a la ruta del colegio, se queda encerrado en ella. Los intentos de varios espontáneos para sacarlo de allí y el comportamiento vergonzoso del resto de la gente, que aprovecha para reirse de él, se suceden hasta que un camión se lo lleva hacia el final que no por conocido lo voy a desvelar. Que por algo es parte de la gracia. Pero a ver cómo hablo de esto sin desvelar demasiado.
 

La cantidad de influencias cinematográficas abruman en la media hora que dura La Cabina. Un argumento kafkiano, casi expresionista, contado de la forma más parecida a Jacques Tati, donde los diálogos se quedan en segundo plano, donde casi todo es observación de personajes secundarios. En esa primera mitad es cuando más critica el carácter mezquino del español de la calle (oh la mezquindad, ese tema que parece tan común en los setenta), y no se libran ni las señoras, ni los niños, ni los mecánicos ni las fuerzas del orden. Parece todo una versión oscura de un capítulo de Verano Azul, donde la espontaneidad es negativa, donde nadie se ayuda y se critica al que va a ayudar. Por supuesto, toda esta parte ha dado lugar a multitud de interpretaciones, pero creo que la más clara es la que habla del carácter pueblerino: una vez López Vázquez ha sido estigmatizado no hay forma de salvarlo. Por mucho que él no haya hecho nada, no se va a solucionar su condición de paria. Aunque nadie sea capaz de sacarlo, le tratan como tonto por haberse quedado encerrado, como si fuera su culpa.


Pero es la parte final del corto la que le da la fama, cuando unos desconocidos recuperan la cabina, con López Vázquez en ella, sin que a nadie le extrañe, sin que la policía lo detenga, viendo cómo se ha convertido en un hazmerreír (por cierto, con una escena tan parecida a las procesiones religiosas que me extraña que nadie alzara una ceja). Y a partir de ahí, todo: un silencio absoluto, pues al protagonista se le ha quitado la voz al entrar en la cabina, y la observación de una ciudad deshumanizada, donde nadie le ayuda. Otros momentos de observación del carácter español, como cuando ve cómo un personaje logra salir de la cabina y él aporrea de rabia, y un final que va acercándose cada vez más a lo surrealista, a lo terrorífico, a lo jafkiano, con un entierro en una nave, unos enanos de circo, y finalmente la fábrica a donde le envían.

Es una auténtica joya. La ausencia de explicaciones consigue que todo sea aún más terrorífico, los mensajes críticos se suceden, la imaginería es prodigiosa. Aquí están Mercero y Garci inspirados como nunca, y López Vázquez a su nivel habitual. Este mediometraje, cuando se mostró por TVE, supuso un golpe al espectador parecido al de Ghostwatch: consiguió crear terror a las cabinas de teléfono, y a partir de entonces todos, absolutamente todos, ponían el pie para evitar que la puerta se cerrase del todo. Premios internacionales a Mercero, a la película y a López Vázquez, impacto internacional, y tantísimas referencias posteriores en el cine de terror y fantástico (hasta en Cabin in the Woods me pareció ver una) que marea pensar en lo crucial de este mediometraje en la historia del cine. Y que es español, coño, que es español ¡que tenemos una obra maestra del terror del tío de Verano Azul y que no la hemos visto todos!

Lástima que el resto de cine de Mercero sea tan difícil de conseguir.

La Prima Angélica (Carlos Saura, 1974)


Menuda película que elegí para volver a tomar el contacto con Saura. La Prima Angélica es cine progre en... bueno, es la definición de cine progre, de cine para intelectuales de izquierdas, de los que miran la película con el dedo en la mejilla analizando los simbolismos. Pero es que esta película es todo eso, sin complejos, y llevado con una efectividad pasmante: es todo símbolos, todo intelectualidad, y como manda el tópico, con visión crítica del bando ganador de la Guerra Civil y sobre el estamento religioso (hay una larguísima tradición crítica con la Iglesia tanto en cine como en literatura de la que disfruto muchísimo al encontrarme un nuevo ejemplo).

Ésta es una de las colaboraciones que tuvieron Saura y Rafael Azcona, y una de las tres películas donde López Vázquez parecía decir "yo también hago cine serio". La cosa trata de casi un plagio de Fresas Salvajes, la de Bergman. Vamos, lo digo porque sin haber visto la de Bergman pensaba "coño, si esto es el argumento de Fresas Salvajes ¿no?". Los parecidos van más allá: Luis (López Vázquez) regresa a Segovia, pueblo donde pasó un verano con su prima Angélica y su familia. La familia eran una panda de cretinos y además, del bando que se sublevó, y Luis recuerda su paso ese verano con López Vázquez interpretándole también de niño. En este momento, al cuarto de hora de la película, no pude sino cruzar los dedos para enterarme de todas las triquiñuelas narrativas (flashbacks que ocurren en cualquier momento, narración no lineal) y admirar a López Vázquez por los fregaos en los que se llegó a meter en los 70 y de los que salía siempre airoso. Hace de adulto, de niño, registra todas las emociones posibles, y no cae en ridículo en ningún momento.


Pero el que realmente se mete en un fregao importante y sale airoso, hasta cierto punto, es Saura. A veces es exageradamente explícito con sus referencias - hay una escena donde Luis adulto explica a la hija de la prima Angélica (que se llama también Angélica, con toda la confusión previsible que provoca en Luis) en qué consiste lo de la magdalena de Proust, por si alguien no lo había pillado ya - pero en general es una maravilla cómo retrata todo lo que quiere retratar: Luisito indeciso de si compartir la alegría o no cuando "el movimiento salvador" gana en Segovia - sus padres eran republicanos -, el terror del niño cuando se da cuenta de que les está cayendo una bomba encima, las conversaciones culturales donde el marido de Angélica - un cuñadísimo español - desprecia la cultura y la historia tranquilamente, o esa escena pesadillesca con una monja (Julieta Serrano!) que, bueno, grita ¡metáfora!


Pero además del simbolismo, se nota que es una película muy personal, muy de hablar de Saura (¿y de Azcona?), quien parece parte de las conversaciones, parte de los flashbacks, y quien está claramente resentido con esas familias que la pagan con un niño, a todas horas, simplemente por las convicciones políticas de sus padres - y por otras razones de amor despechado que se dejan caer. En general, el resentimiento: resentimiento con unos padres que dejaban al niño con el enemigo, resentimiento con sus tíos y su abuela por su absoluta mezquindad, resentimiento y frustración con Angélica por ese trato tan condescendiente con el que le machaca, resentimiento con los resentidos por él por razones de las que no tenía la culpa. Contínuamente se pregunta ¿por qué tanta mezquindad?



Y entre hachazo y hachazo a las instituciones religiosas, la estructura de la película es fascinante como poco. Habla de la fragilidad de los recuerdos, y de hecho deja claro que los recuerdos que comenta no tienen por qué ser verídicos. Hay una parte donde los recuerdos se confunden con el presente, y no se sabe hasta qué punto es idealización o narración verídica, pero esta narración a varios niveles funciona perfectamente: a Luis le abren las cortinas y le da la luz en la cara al mismo tiempo que le inundan los recuerdos, Luis y Angélica no pueden escapar de Segovia al igual que no puede escapar de los recuerdos y ella de su marido. El final casi cobra una estructura circular: Luis, azotado, Angélica, severamente peinada, el pelo llevado por los caminos rectos, alejados de las ideas rebeldes y seguramente pecadoras de Luis, al que se acosa de niño para conseguir acusarle de todas las perversiones posibles.

En un primer visionado me pareció una película bastante pedante y algo fallida. Ahora me parece fascinante: todo lo que cuenta parece verdad (me creo la mezquindad, me creo el papel asfixiante y cretino del catolicismo), todos los actores son estupendos, todo está narrado y rodado con cuidado e inspiración. Pero lo que más me ha impactado es lo que rodeó a la película, la cual tuvo polémica antes de estrenarse por su contenido ideológico (sobre todo por el personaje del tío, un falangista absolutamente malvado): proyecciones interrumpidas por grupos falangistas que tiraban bombas fétidas (¡metáfora!), robo de la película en el cine Amaya, una bomba en el cine Balmes que quemó el cine y parte de la fachada (todo esto leído en internet en un artículo breve de Carmina Gustrán Loscos, Universidad de Zaragoza, accesible aquí , y ya aprenderé a hacer notas a pie en un futuro), y un auténtico éxito de taquilla. A mí eso me parece fascinante ¡hordas de espectadores intelectuales que van a descifrar el cine de Saura! ¡Cafés llenos de fumadores de pipa que analizan cada símbolo! Eso parece casi una ucronía ¿cine abiertamente intelectual y político que quieren ver, que desean ver, la mayoría de espectadores nacionales? Si se estrenase una película así ahora mismo estaría todo el grupo de la caverna poniéndola a parir, hablando de las subvenciones, criticando cualquier aspecto artístico, y por supuesto hablando de plagio de Bergman (quien, visto lo visto, es otro progre, aunque mejor no lo digamos muy alto), mientras que el resto estarían en sus comentarios de menéame hablando de que el cine español es una mierda y no merece ni una descarga por el torrent. Así que recomiendo esta película, aunque sea, como símbolo de un tipo de cine que creo que no vamos a volver a ver nunca.


Bienvenidos

He aquí el proyecto chorra que me he propuesto. Si la Julie esa hizo un blog para hacer todas las recetas de Julia Childs y se hizo rica y famosa (y gorda, aunque eso no aparezca en la película) ¿por qué no hacer yo uno sobre cine?

Bueno, os mentiría si os dijese que esa es la motivación. No, la motivación viene de haber visto varias películas, de madrugada, en cualquiera de los canales, cuando echaban el resto de su catálogo a altas horas. Entre muchas cosas irrecuperables recuerdo ver cine independiente australiano y canadiense (que se merecería otro blog casi), los ciclos de directores clásicos que todos conocemos, y mucho cine español de los 70. Y este cine español tiene el doble de interés para mí, y esto es por muchas razones.

La primera es lo denostada que está la industria del cine ahora mismo, o bueno, cualquier cosa que tenga que ver con lo cultural o lo artístico. De hecho esto ha sido un paso sutil: de un "estamos hartos de ver las mismas pelis" a "estamos hartos de que los directores sean progres" a "estos directores no se merecen ni que se descarguen" a "todo el cine está a cuenta de la SGAE" a ahora mismo, donde cualquier persona dedicada a la cultura - Garci incluído - está bajo sospecha de una población que ha aprendido, gracias a los medios de comunicación y a partidos políticos que están en el poder, a despreciar o sospechar de cualquier contenido cultural. De hecho es una población que se alegra de la desaparición de festivales de cine, que odia a muerte a todos los directores de éxito internacional, que prohíbe a estos directores que tengan opiniones políticas, y que sueltan, gratuitamente, que el cine español es mayormente malo y sin interés, ya no digo sin contrastar datos, sino directamente pecando de una memoria muy frágil.

Pooorque el cine español MOLA. Esto es así. Y molaba mucho cuando había irónicamente más libertad creativa, alrededor de la muerte de Franco, cuando Saura, Armiñán, Gutiérrez Aragón y demás mostraban todo mediante metáforas. Ahora sigue molando, con estos directores titanes de cine fantástico que tenemos y con los nombres conocidos que no hace falta nombrar otra vez, pero es que el de antes, el de los 60, pero sobre todo el de los 70 y 80, está totalmente olvidado. ¿Quién ha visto alguna película de Jaime de Armiñán? Mi Querida Señorita como mucho. ¿Quién conoce la filmografía de Jaime Chávarri? ¿O de Pedro Olea? ¿O de Carlos Saura?

Casi podría decir que Saura ha sido el detonante de esta tarea en la que me he enfangado. Saura tiene una filmografía casi inabarcable, y desde La Caza hasta, bueno, hasta ahora mismo, ha combinado un cine intelectual con un cine político con una importancia que parece inverosímil tal como están las cosas. ¡Manifestaciones por el estreno de La Prima Angélica! Imaginaos, gente con jersey con el pico abierto y el peinado para atrás hablando del simbolismo de Saura. Bueno, no lo hagáis: es inimaginable.

Así que, con este título que sí, es irónico, voy a hacer un repaso por todos los hitos de cine español. Al final entrarán cosas más antiguas y más nuevas, pero me lo perdonaréis.